Llegamos mi padre y yo a Cancún sobre las 7 de la tarde después de un día turístico, con tiempo pues Paula no llegaba con los niños hasta las 10pm (y más todavía cuando vimos que el vuelo traía un par de horas de retraso). ¡Qué pereza!…y pensé en la lata que debían estar dando mis 2 monstruitos que cruzaban el Atlántico por primera vez…pues no son precisamente, tranquilos.
En fin, que nosotros también estábamos cansados después de la escena de los sombreros en Becal, de llevar a Carlitos al aeropuerto de Mérida y de visitar Puerto Progreso. Curioso puerto de mar, balneario de los habitantes de Mérida ya que se encuentra a menos de una horita de ésta. Y por lo visto uno de los puertos desde donde más droga sale de México en dirección a los EEUU (eso lo leyó, como no, mi padre en alguno de los cientos de libros que lee sobre el narco). Pudimos tomarnos un par de daiquiris de banana en la playa (flanqueada por un horrible puente de hormigón con destino al puerto que se encuentra varios kilómetros mar adentro). Seis kilómetros nos dijo un muchacho aunque a mí me parecían muchos menos, y seguro que eran menos, salvo que los pesados camiones lo cruzaran a 220 kms por hora.
Comimos rico bajo una palapa presenciando la victoria del Atleti en Bilbao. Era claramente un sí o sí, o nos lo ponían o nos íbamos a otro sitio y, finalmente cedieron aunque hubiesen preferido poner un partido de futbol americano que, sin duda, tenía más seguidores. Y, eso sí eufóricos por la victoria y alguna cerveza de más, emprendimos el camino hacia Cancún con varias horas de espera hasta poder recoger a la familia y tirar para nuestro hotel en el parque de Xcaret.
Mi padre propuso ir hacia la zona hotelera de Cancún a tomar algo. Él pensaba en beber algo, yo en comer y beber. El nunca entiende que yo tenga hambre porque dice que nunca cena. Luego cena como el que más, devora diría yo.
La zona hotelera de Cancún es una lengua rodeada de mar. Como la Manga del Mar Menor pero a lo bestia, a lo muy bestia. Con mega hoteles de las grandes cadenas al lado este y restaurantes y discoteques al lado oeste sobre lo que creo que es una especie de laguna. No era fácil encontrar el sitio donde ir porque los hoteles parecían vedados a alguien que sólo buscara tomar algo (nos daba la impresión de ser todos demasiado imponentes y con el tema de la pulserita) y los restaurantes demasiado elegantes para lo que buscábamos (picotear algo, no pegarnos el homenaje del siglo). Así, dimos un par de vueltas lengua arriba y lengua abajo. A todo esto, la gasolina llevaba un tiempo en reserva y mi padre estaba empezando a ponerse nervioso.
“Venga, pues doy la vuelta y vamos al primer sitio que veamos”
Pero es que en México los cambios de sentido no funcionan como en Europa. En general se puede hacer cambio de sentido en cualquier sitio marcado como tal. Me sorprende siempre cuando en la autopista tienes los cambios de sentido y las consiguientes incorporaciones de los de la vía contraria. Imagino que será causa permanente de accidentes.
Pero también tienes los que parecen un cambio de sentido pero no están marcados como tal. O están marcados pero un poco más adelante. Y son iguales. En fin, que tomé el primero, el que no estaba marcado y que, por supuesto, está vigilado por un policía. Me imagino que se lo turnan. Es un poco como el vendedor de kleenex del semáforo; no os habéis preguntado nunca por qué, por muchos coches que pueda haber en un semáforo, sólo hay uno por puesto.
Pues eso, que doy la vuelta, me incorporo tranquilamente e, inmediatamente, veo una moto haciéndome señales a mi vera. Al principio me cuesta interpretar lo que quiere (no soy un hacha en estas situaciones), pero rápidamente asumo que es un policía por su cara de satisfacción. “Mierda…” y paro el coche
Con parsimonia, probablemente regodeándose de su buena suerte, se acerca por mi espalda. Yo no me muevo recordando lo que se cabrean los policías gringos en estas situaciones si pretendes abandonar el vehículo. Aunque este no parece peligroso. Es más, sorprendentemente, una vez que abro la ventanilla, me ofrece su mano enfundada en un guante blanco primoroso (yo diría que incluso de seda natural)
“buenas noches caballero…me permite su licencia”
Lógicamente yo saco el carnet de conducir pero mi padre empieza a rebuscar en la guantera pensando que nos pedía la licencia del coche.
“¿es que es un coche alquilado, sabe Vd.?” se le oye farfullar sin darse cuenta de que yo le había tendido mi carnet…
“Mmmmm…no se preocupe caballero…Andany, no?” me pregunta (conviene aclarar que Andany es mi apellido materno pero el hombre entre que no le era familiar el carnet o el estar pensando en su suerte, lo confundió con mi nombre de pila). Como esto lo pensé después simplemente asentí estúpidamente
“No se preocupe caballero, no es necesario, con este nombre….Andany seguro que es hombre de bien” continuó, lo cual, he de decir, me satisfizo bastante.
“¿Ya vió que se saltó la señal de prohibido girar?”
“pues no lo ví pero estoy seguro de que Vd. la vio mejor…” qué le iba a contestar
“Claro, claro…” musitó “y fíjese que no traje el boletín” (un policía que para a alguien para ponerle una multa y no trae su boletín, que extraño!)…”me tengo que quedar con su licencia y llevarla a la comisaría… (Que está lejísimos le faltó añadir) y puede pagar su multa ahí y recogerla el próximo día laborable (era sábado por la noche)…no se preocupe”
“pero…como puedo recogerla si no podré conducir…? ¿Cómo no me voy a preocupar?”
“Claro…no podrá…y además seguro que tiene que salir de viaje…”
“Exacto…tengo que salir de viaje” me lancé viendo una salida clara… “¿y de cuanto es la multa?”
Aquí me soltó de carrerilla el código de circulación sin permitirse divagar un ápice. No sequé de nosecuantos salarios mínimos por la infracción estipulada en el artículo tal del tomo cual…”y eso cuanto es en $$$$?”
“Pues mire caballero, si un salario mínimo son xxx$ y son x salarios mínimos…” vamos que salían unos 2.000$ o unos 120€
Y aquí lanzado, le eché una mirada cómplice y le pregunté con firmeza “y no se puede arreglar de alguna manera? Que le parece 500$ (aprox 30€)?
Y me enterneció su reacción. Puso cara de lástima y encogió los hombros dando por hecho que el trato estaba cerrado aún sin decir esta boca es mía.
Y efectivamente, como hombre cumplidor que era de esa manera tan beneficiosa para mis intereses cerramos el trato y le di las gracias.
Como también era un profesional, se despidió de mí ofreciéndome nuevamente su lustroso guante de seda, me advirtió que pronto me quedaría sin gasolina y finalmente dejo esta frase lapidaria.
“Don Andany, vaya con cuidado por favor, una multa se paga con dinero pero las imprudencias se pagan con la vida”