Os dejé en el último post despertándome en el hotel del DF a una hora sin duda demasiado temprana y con una tremenda resaca después de la Guadalupana. Está claro que a cierta edad los excesos se pagan.
No serían ni las 8 cuando mi padre me llamó a la habitación. Sin duda fruto del jet lag pues no he visto a mi padre levantarse tan temprano desde que yo iba al colegio…y ya llovió…
“Arriba que vamos al Centro siguiendo las indicaciones del libro que me he comprado sobre los comercios tradicionales del Centro del D.F.”
Dicho y hecho, la verdad es que no había dormido mal pero me encontraba espeso, con un permanente movimiento en la cabeza y, por ende, en el estómago. Me costaba centrar las ideas así que asentía estúpidamente sin lograr concentrarme. Más aún en la tarea imposible de hacer a mi padre entender el por qué utilizar internet vía la WiFi del hotel era gratis y que no le iban a cobrar a él ni a quien le mandara whastapp…aunque se los mandaran desde España.
Por llevar la contraria a la mafia del taxi español pedí un coche de Uber. La verdad es que funciona bien pero no deja de ser bastante más caro que los taxis normales en todas las ciudades donde los he usado. En México juegan con el tema de la seguridad (cada vez más jodida…las cosas como son) y que los taxis que encuentras en la calles están “vueltos mierda” (expresión muy de Villa). En fin, caos total esa mañana de sábado en el D.F porque estaba cortado el Paseo de la Reforma ¿?. No mintáis, todos sabéis lo molesto que es ir en coche con un resacón como el que tenía…y todo se acrecienta con los atascos, sudores fríos por el calor…en fin, muy desagradable y no viendo el momento de llegar a destino que nos llevó cerca de una hora.
Ya en la calle Tacuba, intentamos entrar en el famoso Café Tacuba para meterle algo al cuerpo y asentarlo pero, como suele ocurrir en México, el restaurante estaba lleno a pesar de la hora (no debían de ser ni las 10 y siempre hay gente comiendo en México, el concepto de horas de cocina no funciona como en España, lo cual está muy bien). En fin que nos dejamos caer hasta el zócalo, subimos al reformado hotel México para contemplar las vistas (también el restaurante del último piso estaba lleno pero nos dejaron entrar para contemplar la imagen del zócalo desde arriba). Fuimos perseguidos por un guardia de seguridad que se subió 3 pisos corriendo para cortarnos el paso casi sin aliento; “Oiga usted que sólo nos hemos detenido en este piso para echar un ojo a las habitaciones”. Curiosidad malsana que tenía que ver con el nivel de rehabilitación llevado a cabo en el que fue hotel de lujo de la ciudad de México pero que sufrió un proceso de deterioro importante durante el siglo XX y ahora quiere volver a ser lo que fue.
Entramos en la centenaria tienda de sombreros Tardán con su lema también centenarios “De Sonora a Yucatán, todos llevan sombreros Tardán”. Resulta que mi padre con la edad se ha convertido en un fanático de los sombreros que considera un símbolo de elegancia suprema. A mi me gustan los de Panamá para el verano pero me cuestan los de invierno aunque calentitos si que son.
Es más, leía el otro día que ahora se han puesto muy de moda; ya me veo manejando sombreros en Logisfashion!