Tras una estresante semana en México donde, probablemente, aparte de descansar poco, cometí un gran error que me iba a penalizar en la carrera prevista para el domingo siguiente: no probar ni una gota de tequila!!, llegaría a la gran manzana el jueves. El objetivo era descansar previo a la gran cita del domingo.
Claro que traté de cuidarme, pero el ritmo de desayunos, reuniones, viajes, comidas, más reuniones, más comidas y cenas, no fueron idóneos para mi plan. Me dejé ir por una de mis debilidades culinarias en cuanto a desayunos se refiere en mis viajes. Nunca puedo decir que «no» a un desayuno completo con huevos Benedictine (pochados con salsa holandesa sobre una tostada), un buen jugo de mandarina, panecitos dulces y un par de expresos dobles con leche (la única manera de tomar café decente en México). 3 días estuve en el DF y 3 días pedí lo mismo en otros tantos desayunos de trabajo. Calorías para el cuerpo que se convertirían en energía para la carrera…o no?. A todo esto le añadí prisas, Consejo, varias comidas corridas y un par de buenas cenas (mal regadas con vino) en el Novecento y el Tori Tori…ni un día comí pasta como mandan los cánones.
Bueno, el jueves doy el salto a Nueva York y tengo 2 días de reposo total y carga de baterías. Era un vuelo con muchos maratonistas ya que a las maratones americanas (y especialmente a la de Nueva York) van muchos mexicanos. Entre 50.000 participantes imaginad cuantos mexicanos pueden correrla. Eso crea ya cierto ambientillo que destrozó el encontrarme a un pavo (con pinta de ejecutivo venido a menos) embutido en una camiseta roída naranja del Valencia FC con el número 8 a la espalda de Farinós (que cosas…)
Llegados a NYC y tras el trago del paso de la aduana (rodeado además de rabinos procedentes de un jumbo de El Al recién aterrizado) llegó el lío de siempre de encontrarme con Paula que llegaba de Madrid en el vuelo de Iberia y entre terminales (hay 8 en el aeropuerto Kennedy) y que no hay manera de que se esté quieta…bueno, al final todos juntos para el hotel que no podía estar mejor situado. En la 44 y la octava, a 2 pasos de Times Square y al lado del restaurante que primero visitamos. Ya me habían hablado del Hakassan; chino moderno para dejarse ver, con decoración ecléctica y cuentas alargadas. Buenísimo el dim sum. Un sitio para ir (en la 43 con la octava). Como seguíamos sin tomar pasta y los días pasaban, el viernes fue especial carbohidratos con comida en Little Italy después de un paseo (y muchas compras) por el Soho y cena también cerca, en Nolita, en otro italiano, el Peasant, este más de diseño y cuentas abultadas. Eso si, riquísima la pasta con salsa de jabalí y las navajitas.
Y tras un sábado con un tiempo de perros…lluvia y frío que hicieron a Paula desistir en sus planes de conquistar la ciudad (menos mal) y con comidita energética en el Carmines (al ladito del hotel), y después de más y más compras, cenamos como ya es tradición en el día previo a la maratón en el Cipriani Dolci de Central Station. Y digo tradición porque también hace 4 años, cuando la corrí por primera y, hasta la fecha, única vez, también cenamos allí con mi buen amigo Stefano Pistilli que es nuestro partner en Italia y afamado maratoniano.
4 años después, 4 años más viejos y él las sigue corriendo todas (lleva 13 o 14 maratones seguidas). Ya sobrepasa los 50 pero sigue con la misma vitalidad (eso si con una novia más joven cada vez). Y a esta cena acudieron también un asesor de la empresa con su padre. Yo le había entendido que también correrían la maratón pero entre que oigo poco y era en italiano estaba seguro de haberme equivocado porque ese anciano que se quedaba dormido a los postres y su hijo con una barriga que seguro barata no la había salido, no les veía yo…Luego me confirmaron que si, y que incluso el padre, que se había hecho el Camino de Santiago de arriba abajo varias veces, esprintó al final sacándole 13 minutitos a su hijo (que no tenía mucho espíritu competitivo, todo ha de decirse..).
La verdad es que no es un restaurante que aconseje porque no comimos nada y se nos fue la cuenta a casi 90$ por barba (un poco de bresaola y una pasta bolognesa…). Así son las cosas con mi amigo, pues también nos llevó al famoso Peter Luger en Brooklyn (la meca del steakhouse, la mejor carne de NYC desde 1836…) y psss…que quieres que te diga? clavadón para una carne que, sin estar mal, las he probado mejores. Y la salsa de kétchup que te venden como la gran receta americana desde la Coca Cola…Eso si, 220$ por pareja (y al contado porque no aceptan tarjetas…). Bueno ahora a descansar que mañana es el gran día!