“No te preocupes, la tarántula nunca picará el suelo por el que pisa”
“¿Estás seguro, Elvis?” le pregunté al guía mientras un sudor frío me recorría la espalda; “mira que no son animales racionales y a este bicho lo hemos excitado sacándolo de su guarida” “Seguro no, pero a mi nunca me ha picado ninguna” insistía Elvis mientras agarraba con sus dedos pulgar y anular al espécimen peludo y, a primera vista, poco amigable; “además, un picotazo difícilmente mata a un hombre…eso si, se te pondrá el brazo como una morcilla…mira, estos colmillos son los que utiliza para inocular el veneno”
“Joder, que tranquilo me dejas….en fin, todo sea para que mi hijo Gosha me vea como un héroe… Vamos allá!” me resigné como borreguito al matadero mientras le ponía mi brazo para que depositara la tarántula.
Es curioso ver como en estas situaciones, se produce una euforia general entre el grupo que formábamos parte de la excursión por la selva amazónica colombiana. Sobre todo lo veo en el video (pues hay referencia gráfica de la hazaña) en el cual, especialmente las mujeres, te animan a que cometas la locura con frases tipo: “si no pasa nada”, “eres un valiente” y “parece un bichito muy dócil…”.
Imagino por dentro todas esperaban más sangre de la que finalmente se produjo pues mi amiga la tarántula se limitó (como predijo Elvis) a recorrer mi brazo sin más. Una vez pude respirar (y creo que con cierta desilusión por parte de las acompañantes) siguió el grupo adelante mientras yo me quedaba respirando y tratando de recomponer la figura. “pues no era para tanto….” alcancé a escuchar a alguna de las decepcionadas excursionistas.
Y este sólo fue un episodio de la excursión por la selva en la que el guía (el susodicho Elvis que era una especie de Frank de la jungla en colombiano) capturó tarántulas, serpientes venenosas (una mapaná…causante de la mayoría de los accidentes ofídicos en la selva según sus palabras) y algún caimancito despistado (pequeñajo, eso sí).
Porque, como os anuncié, tras unos días en Bogotá, y con la inestimable compañía de Paula, nos dejamos caer por Leticia que es la capital del Amazonas colombiano porque, si, aunque desconocido por lo pequeño (sólo recorre 100kms aprox de territorio colombiano), el Amazonas separa Colombia y Perú durante una pequeña parte de sus 5.000 kms de longitud. Y es que Leticia está justo en la frontera con Brasil (la salvaje Tabatinga), en un trecho de río que pertenece también a Perú (las tres fronteras). De hecho el paso de la frontera es libre, sin ni siquiera existir puesto fronterizo entre Colombia y Brasil.
En Leticia, el hotel más afamado es del Decamerón que, a pesar de ser un hotel de pulserita, tiene el encanto de la decadencia (no le vendría mal una renovación) y de, sobre todo, la figura de Capax; este es una especie de Tarzán colombiano (así me lo describió Carlitos) que, en sus años mozos, se recorrió el cauce del Rio Magdalena a nado en, según me informó, un mes (son mil y pico kms por lo que se hacía 30 kms al día si no me fallan los números lo cual es una barbaridad). Como el hotel del que se precia en ser PR (relaciones públicas) los años no pasan en balde y se nota en su figura (sana pero avejentada) y en su aire despistado (habla contigo pareciendo que piensa en otra cosa). Sin embargo sigue siendo un activo entre los turistas colombianos pues, parece, efectivamente llegó a ser una eminencia (¿un mix entre Javier Calleja y de la Quadra Salcedo?)
El día que llegamos hicimos una excursión muy chula que recorría en lancha 90 kms río arriba hasta llegar a la ciudad de Puerto Nariño; vimos delfines rosados (tenía entendido que estaban extinguidos pero está claro que no) nadando junto a los grises. Dice la leyenda que los primeros son descendientes de unos vikingos que se ahogaron en el río y que se dedican a secuestrar bellas muchachas indígenas a las que embaucan para llevárselas al fondo del río donde habitan….
Además están muy bien dotados, como podemos ver en la talla de madera…
También vimos guacamayos (uno nos mordió la oreja mientras nos fotografiábamos con él al hombro) y micos, muchos micos en la isla de los mismos que, al darles de comer bananos, se te suben encima de una manera bastante graciosa. Es interesante saber que fueron traídos de manera artificial a la isla que actuaba como centro de acopio cuando, a mitad de siglo, se puso de moda el contrabando de animales salvajes; una vez prohibido allí se quedaron e hicieron fortuna con los turistas. Incluso jugué al «Trejo» con los nativos (una especie de petanca que consiste en lanzar un disco a una tabla recubierta de barro donde sitúan unos triangulitos explosivos que suenan (explotan) si les alcanzas.
Como es lógico acabé pagando las cervezas….