Fue llegando a Lao Cai que empezaron a cambiar las cosas. Para empezar impresiona pues hace frontera con China y el puente que cruza el rio que separa ambos países da cierto yuyu. Ya he contado antes la difícil historia entre chinos y vietnamitas. Es algo parecido a los chinos con los japoneses (los primeros odian a los últimos porque les han invadido y machacado durante siglos). Los vietnamitas odian a los chinos pues estuvieron bajo su dominio durante 1000 años. De hecho, en la guerra fría no dudaron en acercarse a la URSS alejándose de la China de Mao.
Había un templo al borde del puente (en cuya frontera esperaban unos chinos para cruzar con los que departí amigablemente en mi chino fluido) donde celebraban algo que no acabamos de entender pero que nos pareció divertido. En lo que era la zona noble, y al compás de una especie de chamán, se agitaban dos jovencitas en un estado de excitación febril; bebían whisky Johnny Walker red label, se introducían cigarrillos por todos los agujeros de la cara especialmente pero no únicamente por la boca donde les cabían alrededor de la docena y repartían billetes a doquier. Digno de ver aunque difícil de entender, acabaron invitándonos a compartir con ellas la celebración pero somos gente seria por lo que abandonamos el lugar en mitad de la fiesta.
Como tiempo teníamos, me empeñé en darme un masaje. ¿Qué íbamos a hacer 3 horas en esa ciudad? A través de la guía que ya os digo no era muy despierta, el chofer llamó a un colega suyo de la ciudad y nos mandó a donde él debía frecuentar. Ya sé que suena raro pero no tenía mala pinta. De hecho, cuando llegamos, todo parecía bastante normal y por el módico precio de 15$ nos darían el masaje por mi soñado de 2 horitas. No voy a entrar en muchos detalles del lugar ni de quién y cómo entramos. Sólo que como estaba con mi santa esposa estoy cubierto de toda sospecha. Al final salimos a la carrera cuando el tema se ponía complicado pues debe de ser costumbre vietnamita emborracharse sin control los domingos por la tarde. Anécdota curiosa de la que nos acordaremos en muchos años y no doy más pistas.
Como también nos acordaremos por dantesca de la situación en el tren….resulta que el avispado de la agencia se había equivocado y 2 teníamos billetes para el día siguiente pero no lo sabíamos. Ya en nuestros compartimentos empezó una discusión que pensábamos que no nos atañía. Incluso irritado pensé; “otros guiris que pretenden colarse”
Pero era por nosotros y la cosa se puso tensa. Nuestra guía, con poco empuje, discutía con una señora de rosa que tenía muy mal carácter. Empezó a llegar más gente y tuvimos que salir al andén a discutir. A todo esto me hicieron creer que la de rosa nos había quitado nuestros billetes para dárselos a otro cliente con lo que me puse como un becerro gritando que me devolviera los billetes. En un momento de debilidad de la de rosa se los arrebaté dándole los míos y subimos al tren.
“Ya estamos dentro” gritaba Coché eufórico…
A todo esto el tren se puso en marcha pero detrás nuestro había subido un ejército de revisores, jefes de estación, algún policía y, como no, la de rosa que seguía gritando. También subió nuestra guía que no sabía dónde meterse. Alguien apretó el freno de mano y la situación se fue tensando por momentos. Se podía cortar la tensión mientras uno que no iba de uniforme pero que parecía mandar más (o tal vez era el único que hablaba inglés) me pedía que abandonáramos el tren que luego lo arreglaríamos. La gente se asomaba por las ventanillas mirándonos con desagrado…”bajad ya si no tenéis billetes” pensaban como yo lo había hecho previamente…
En fin, por hacer el cuento corto y a pesar de las exaltaciones militares de Coché sobre no separarse porque un marine nunca abandona a sus compañeros…y teniendo en cuenta que Mariola andaba despistada en el otro lado del tren, nos pareció prudente rendirnos y bajar del tren que partió rápidamente dejándonos en la estación.
Siguió una pequeña discusión con la de rosa (imposible saber lo que pretendía una vez descabalgados) y que accedieran a cambiarnos los billetes pues, como yo les había insistido, aunque fueran del día siguiente en nuestro camarote no iba nadie. Claro que accedieron si les pagábamos el billete que teóricamente luego nos habría de restituir la agencia (aún estoy esperando). Yo hablaba por teléfono con uno, el de la agencia para validar y, a la vez, calculaba cuanto me saldría la broma en llamadas internacionales más la friolera de 4 millones de dongs por el billete y llevarnos en su coche a la siguiente estación (acojona pero no son ni 200$). El teléfono no dejaba de sonar en todas sus formas (Skype, whatsapp, ring ring…). Coché nervioso. Yo pensando también que no tenía dinero y mi tarjeta estaba funcionando a medias.
Nos subimos al coche del pavo que lo primero que hizo fue pararnos en un cajero. Ya de camino por la autopista, bajo una lluvia torrencial, Paula intentó entender cuál era su papel (yo me había venido abajo después del subidón). Soy free lance, contestó zanjando la conversación. Y tanto la zanjó que de repente paró el coche y aparcó a un lado de la autopista. Insisto que llovía mucho.
“Bajad que hay que cambiar de coche porque este no puede llegar a la estación”
Irracionalmente obedecimos, cruzamos la autopista, bajamos por un camino de tierra embarrado donde Paula se pegó una culada de categoría 8 con pantaloncitos blancos, pasamos por debajo de una valla y aparecimos al otro lado donde tomamos otro coche. Ya lo dimos todo por perdido así que nos relajamos (lo máximo que se me ocurrió fue dejar marcado el teléfono del de la agencia en el móvil por si había que comunicar algo de urgencia). Y hete que nos paramos en un paso a nivel donde estaba pasando nuestro tren (no es precisamente de alta velocidad). Rápidamente alcanzamos la estación cuando llegaba y bajamos a la carrera. Le di 3,9 millones de dongs (en el último momento y en un gesto de rebeldía le tongué 100.000 sobre lo pactado) y vimos como el tren partía con nosotros como si nada hubiera pasado.
¡Qué bien me supo la cerveza que tenían preparada nuestros colegas!!