Después de una semana intensa en México con visita a Guadalajara para gozar de una opípara comida en el Corazón de Alcachofa y perder el avión de vuelta (era a las 7 pm y salimos del restaurante a las 9…sic) y de pasar por LA para visitar posibles implantaciones de Logisfashion, tocaba subir a Los Apalaches camino de Nueva York donde correría mi tercera «NYC marathon».
La semana previa fue intensa, no sólo por lo habido en México, sino también por varios temas que nos ocupaban y preocupaban (puesta en marcha de Chile, Halloween con la puesta en marcha de los almacenes de Alemania y Panamá para Funidelia…). Probablemente no fue la mejor preparación de la maratón, pero, en fin, es lo que hay y el fin se semana previo lo pasaríamos en Atlanta (no es que pille de paso desde LA pero era el comienzo más razonable) para cumplir con el objetivo de recorrer los Apalaches subiendo la mítica Blueridge Parkway. Esta es una carretera panorámica -turística- que recorre los Apalaches desde Cherooke en Georgia hasta su final 800 kilómetros más al norte.
Fin de semana en Atlanta
El plan era pasar el fin de semana en Atlanta donde se me uniría Paula (ella si en vuelo directo desde Barna). Atlanta es una ciudad moderna y cómoda, famosa por la Coca Cola (visita insulsa el Coca Cola World), la CNN y, como no, Martin Luther King. No es que tenga mucho, pero en un país como EEUU se puede considerar histórica y es curioso visitar la iglesia baptista de Ebenezer y escuchar la grabación de sus discursos previos a ser asesinado por un Trump cualquiera en Memphis. Si, su “I have a dream” tiene su aquel para unos años en que hasta los autobuses discriminaban a blancos y negros…
Es por cierto una ciudad famosa por sus buenos restaurantes. De los que fuimos, el Optimist como restaurante y bar de moda cosmopolita tenía mucha gracia. Tomamos ostras de esas que no saben mucho, pero, al menos, no te clavan y como ya es tradición mía desde que descubrí que no era vino aguado, una botellita de Pinot Noir californiano que entra como la sangría .😉
Con coche de alquiler, confusos por el frío que hacía, llegamos 200 kms al norte de Atlanta donde empieza el Blue Ridge parkway a Cherokee. Sólo por el nombre merece la pena desviarse. Digamos que básicamente por el nombre porque el pueblo no tiene mucho más salvo un interesante museo indio que explica la larga marcha que tuvieron que realizar y que diezmaron la mayoría de las tribus cuando de esta zona los hicieron desplazarse hasta el gélido midwest (creo recordar que a Minessota o Idaho…vamos, no precisamente a Florida).
Y se puso a nevar en Cherokee mientras degustábamos una hamburguesa de avestruz en un restaurante donde no servían alcohol (sólo tienen ese privilegio, y el del juego), los casinos que pueblan la región están gestionados por los indios. Eso, y las múltiples tiendas de baratijas es lo más parecido a los indios con plumas que esperas ver. Para culminar un comienzo no muy prometedor, el camarero mexicano nos dice que el Blue Ridge está cerrado por el mal tiempo por lo que para llegar a Asheville (North Carolina), nuestra primera etapa, deberíamos ir por la highway.
El Blue Ridge Parkway
Pues vaya, hemos venido a recorrer el Blue Ridge y por estar fuera de temporada está cerrado.
¿Pero no era esta la época bonita donde veríamos toda la gama de colores otoñales en los bosques?
Ciudad estudiantil, cuna de la Bluegrass music (especie de música country propia de los Apalaches pero que no llegué a saber bien, que era…) y con una gran variedad de oferta gastronómica. Nos quedamos en un hotelito centenario en las afueras (Princess Anne hotel) que había sido desde reformatorio hasta hospital y cenamos en un restaurante que se vendía como de tapas pero que tenía bastante encanto (The Nightbell). Acabamos tomando una cerveza y escuchando música en directo (en busca del Bluegrass) en el famoso, en la zona, Jack of the Wood. Incluso compartimos mesa con estudiantes que nos deberían de ver como nosotros en su época veíamos a los Roper….
Y, ¡milagro, si que fuimos capaces de tomar el Blue Ridge! Aunque sólo unos kilómetros en dirección a Blue Rock. He de decir que es conveniente llevar un mapa de los de toda la vida porque si vas de rollo Google maps a veces tienes sorpresas al fijar un destino sin tener claro a donde te diriges. No fue tanto por ese día, sino por el siguiente que, tras muchos kilómetros por el Blueridge y pasar highlights ya en Virginia, le metimos al navegador la coqueta ciudad de Abingdon. Allí llegamos tras 200 kms que hicimos a contramano y que tuvimos que deshacer la mañana siguiente para volver a tomar el Blue Ridge.
Menos mal que era Halloween y tuvimos deliciosas imágenes con los lugareños…
Finalmente, llegamos a Charlottesville, sede de la UVA (University of Virginia). Desde la 200 South Street Inn donde nos quedamos, nos recomendaron ir a The Whiskey Jar con más de 1000 variedades de whiskys de todo el mundo.
¿Sería allí donde Paula perdió la bufanda de Hermes? Tampoco fue lo primero que perdió…ni lo último.
Voy rápido porque lo más interesante es la casa que se construyó en la colina aledaña, el autor de la Declaración de Independencia en 1776, presidente durante 8 años y una persona curiosa, erudita y abierta a las nuevas ideas de la ilustración. Recuerda a las villas que se podían encontrar en la Toscana italiana.
Y ya tomamos camino hacia el norte, recorriendo algunos kilómetros de la Skyline Drive que recorre el Shenandoah National park y recorriendo los 800 kilómetros que nos quedaban para llegar a New York, cosa que hicimos 2 días después de que un loco se llevara por delante a 8 argentinos que celebraban los 30 años de graduación en pleno Manhattan.
¿Qué no tiene Nueva York?
Malo es ir justo cuando tienes que cuidarte para la maratón, pero hicimos algo que no había hecho nunca y que me pareció toda una experiencia: ir a un partido de los Knicks en el Madison Square Garden. Todo espectáculo y poca emoción, absolutamente diferente a lo que es el deporte en Europa y más cuando en el descanso ya ganaban los Knicks a los Phoenix Suns por más de 20 puntos…ni me acuerdo de como acabaron. Eso sí, como he hecho en las 3 maratones anteriores, la noche antes cenamos (y nos clavaron) con mi amigo Pistilli en el Cipriani de Central Station. ¡Eso y mi regularidad en las maratones, cada vez lo hago 9 minutos peor que en la anterior!
Y nada más acabar a coger el avión que la mañana siguiente empezaba un Programa en el IESE por los próximos 6 meses…como no tengo lío… ¡reciclaje lo llaman!!!