Salimos de Campeche bien tempranito, eso sí tras volver a correrme otros 10 kilómetros por el malecón y casi volver loca (D. Carlos) a la recepcionista con los cargos del desayuno. Nuestro primer objetivo era el pueblo de Becal, famoso por sus artesanías, en particular por sus sombreros de Panamá.
A la entrada del pueblo nos hizo el alto un chaval en bicicleta. Nos indicó si queríamos ir a la fábrica de sombreros que, según él era la mejor. Como suele pasar en estos casos, no le dimos mucho crédito y, cómo íbamos bien instruidos por el dueño del Rincón Colonial, le dijimos que queríamos ir donde Navarro. Que allí hacían los mejores sombreros y eran amigos de un amigo nuestro.
“Conozco Navarro pero…, déjeme que piense…” musitó el chaval que parecía confundido.
“Mira, llévanos donde Navarro y déjate de historias…” (Este nos quiere colocar donde le pagan comisión, pensamos).
“Bueno, les llevo pero yo creo que allí no es el sitio”.
Y dicho y hecho, en plena plaza del pueblo y en un soportal recalentado por el sol ya en pleno esplendor, estaba la casa de Navarro. Y digo Navarro, y digo bien pues salió a recibirnos un hombre maduro y fornido con un bigote a la antigua usanza.
“¿Es Ud. Navarro el sombrerero? Venimos de parte de su primo el del Rincón Colonial (me he quedado en blanco con su nombre).
Tardó en reaccionar pues no debía de estar muy acostumbrado a las visitas, y menos de forasteros. Se oían gritos de niños correteando por la casa. Al menos esto hizo el silencio menos embarazoso. Y cuando parecía que iba a contestar, cuando su cerebro por fin encajó todas las piezas, no salieron palabras de su boca, sino lágrimas de sus ojos.
“El difuntito, mi papá el difuntito es a quien quieren ver…” sollozó
“Claro, el difuntito” cayó ahora el chaval.
“Vaya, lo sentimos mucho, no sabíamos…y parece que su primo de Campeche tampoco. Le acompañamos en el sentimiento” acertamos a balbucear
“Pero, pasen, pasen, si vienen de parte de mi primo (¿Rodrigo?, podría ser). ¿Y cómo le va?” preguntó sonándose estruendosamente los mocos.
“Mire, es que nosotros queríamos comprar unos buenos sombreros de Panamá”
“¿Tu eres torero?” esto ya se convertía en un diálogo de besugos “tienes planta de torero. Yo fui matador” e hizo un pase de pecho dando muestras de calidad y buen oficio en el arte de la tauromaquia.
“pues no pero es posible que si tenga planta ¿Y el tema de los sombreros?”
“pues ni idea” y seguía dando pases lo que hacía la escena un poco surrealista (y más porque empezaron a salir mujeres con niños de la casa a admirar los pases) “pero vayan a la tienda de Josefina…”
Y allí nos dirigimos con nuestro guía. No estaba lejos la tienda de Josefina (al otro lado de la plaza), lo que estaba es llena de polvo pues sólo había un par de sombreros expuestos, una señora muy mayor un poco ida y un dependiente que debía de ser su hijo con pocas ganas de vender. Resultó que Josefina tenía Alzheimer (o eso deduje) y el dependiente, que era su hijo, lo que tenía ganas era de cerrar la tienda definitivamente pero no podía mientras su madre siguiera al pie del cañón (dicho de otra manera, mientras siguiera viva).
Ni tenían sombreros de 3 hilos, ni, por supuesto de 4 hilos. Y esto merece una explicación. Los sombreros de Panamá se hacen con las hojas de la palma que se dejan secar y se deshilachan. Lo máximo que se llega a sacar son 4 hilos, lo que hace el sombrero de una calidad mucho mayor pues los hilos son mucho más finos. Adicionalmente requiere mucha más horas de trabajo (hasta 1 mes de un artesano para los de 4 hilos extrafinos…algunos hablan de 5 hilos pero nos aseguraron que no es cierto). Como nos lo habían explicado en Campeche, íbamos como locos buscando el de 5 hilos (como quien busca el Santo Grial) pero las cosas no son tan simples como tratamos de hacerlas. Y luego te das cuenta que, en las tiendas comerciales, tienden a añadir un hilo al real para hacer su producto más competitivo.
Finalmente hicimos caso al chaval y fuimos a la fábrica donde debimos de ir desde el principio y allí nos explicaron el proceso de “pe a pa”. Cómo los trabajan en cuevas subterráneas para que la palma no pierda la humedad y se pueda trabajar más fácilmente. Cuantas horas necesita un artesano de este oficio que se transfiere de padres a hijos. Y, como no, por qué se justifica que un sombrero de 4 hilos extrafino te valga ¡150U$!!!
Por supuesto, compramos el más caro; faltaría más. Aunque yo todavía no me lo he puesto para no dañarlo, lo guardo como oro en paño!