Igual de raro que en Coruña apareciera de la nada hace 30 años la que ahora es la empresa textil más grande del mundo y su dueño el tipo más rico de Europa y entre los 5 con más pasta del mundo, lo es que en Oviedo esté una de las clínicas oftalmológicas más reputadas del mundo. Pues así es, la clínica de los Fernández Vega (ya en su quinta generación) es número 1 a nivel mundial y sorprende por su organización y avance tecnológico.
Y es que con lo de mi desprendimiento de retina, me he convertido un gran experto en temas oculares, siguiendo la senda familiar pues mi padre pasó por la misma experiencia 2 años antes (eso si con unos cuantos años más que yo…buena cantera) y llevaba tiempo repitiendo las bondades de la clínica cuyas revisiones permiten, por otra parte, disfrutar de la maravillosa ciudad asturiana. Al final acabas entrando en el maravilloso mundo de las clínicas oftalmológicas y se convierte en tema recurrente de conversación de los que hemos pasado el trance que, sin duda, deja huella.
Además, a todo esto se une que mis orígenes son asturianos. Mi abuela y todas sus hermanas (7 hermanas y un hermano) era de un pequeño pueblo en la cuenca minera adonde había llegado mi abuelo (de origen vasco e ingeniero de minas) allá por comienzos del siglo pasado. Personaje este apasionante al que ni siquiera mi padre conoció, de carácter complicado y que se retiró a vivir en un hotel abandonando a su familia de la que nunca más quiso saber. Con sombrero y bastón se paseaba por Oviedo huyendo de sus fantasmas y escapando de cualquier atisbo de responsabilidad hasta el punto que, en una ocasión siendo mi padre niño, mi abuelo le llevó a Oviedo a conocerlo. Por el parque de San Francisco, donde habían quedado, vieron como se acercaba, erguido y pertrechado con su eterno sombrero de copa (así lo imagino al menos). A una distancia todavía prudencial, le entró un ataque de pánico y, tal como venía, se dio la vuelta dejando a la pareja (mi padre y mi abuelo) con un palmo de narices…
Pues bien, este controvertido personaje (mi bisabuelo) vivía en un hotel como os adelanté; el clásico de los clásicos en Oviedo, ahora por eso de la globalización un NH, el Principado. Y allí nos quedamos ese fin de semana esperando ver al fantasma de mi bisabuelo pues allí, no sólo vivió, sino que murió!!!
Especialmente divertía/asustaba a los niños (sus tataranietos, que les hacía especial ilusión esta situación, si bien poco tardaron en dejar de respetar la fantasmagórica presencia y empezaron pronto a revolucionarse y a portarse como suelen hacerlo, recibiendo varias reprimendas a la par, de clientes y trabajadores del hotel.
¡Qué poco respeto a los mayores de las nuevas generaciones!
Eso si, la céntrica localización permite disfrutar de la meláncolica ciudad de Oviedo (sobre todo en noviembre con lluvia siempre al acecho y poca gente por la calles). Aunque poco conocida merece mucho la pena pasearla con calma recordando de D. Leopoldo y su regenta; disfrutar de sus magníficas pastelerías y, como no, cenar o simplemente tomar unas sidrinas, en la calle de las sidrerías (donde acabamos los 3 días que estuvimos). Si no se cena en alguna de ellas y se acompañan con oricios, el clásico Fermín es una magnífica opción (no dejéis de probar las deliciosas casadielles), como también lo es dejarse caer por Lugones y su Máquina a tomar fabada o, ¿por qué no?, acercarse a Gijón en el Alsa; son 20 kms pero te permite comprobar el contraste entre ambas ciudades (la tradicional capital y la ciudad portuaria más vibrante). Aquí nos pegamos un buen homenaje en la Salgar con su muy calentita (se la habían dado el día antes) estrella Michelin.