Y eso que el viaje no empezó del todo bien. Aparte de tener que levantarnos a las 5 (cosa que ya pone un poco de mala leche) y llegar al aeropuerto sin tiempo para tomar un café (cosa que, especialmente a Paula, la pone de muy mala leche…), nos marearon con la puerta de embarque y el destino final del avión. No quedó muy claro si por el mal tiempo reinante o por el tamaño del avión (¿no cabía en el aeropuerto?), o por perversos intereses de la compañía Vueling, en lugar de ir directos a San Sebastián nos desviarían al aeropuerto de Bilbao desde donde nos trasladarían en bus (vaya, para esto me he despertado a las 5!).
Pero aquí no acaba el tema; ya en el avión, nos dice el comandante que ha echado chispas el motor al arrancar (literalmente) y que volvemos al finger para que lo vean los de mantenimiento….otra media horita y que hay que cambiar de avión…
Siempre en estas circunstancias emerge entre la masa aquél que, con madera de líder, busca conspiraciones de las aerolíneas o gobiernos, para dañar a los pasajeros y sus legítimos intereses. Efectivamente, se elevó la voz de alguien entre la modorra generalizada, para exigir la Verdad (con mayúsculas). A él (sin duda vasco por su forma de expresarse) y situado alrededor de la fila 20 y pasillo, no le iban a engañar tan fácilmente. Que la climatología no era el problema sino algún oscuro interés empresarial y que exigía nos dijeran la verdad (fuera cuan grave fuera….). todo esto se lo decía muy indignado a la azafata…es fácil meterse con las dulces pimpollitas de Vueling, me gustaría haberle visto enfrentándose a las veteranas de vuelos intercontinentales de IBERIA con su colmillo retorcido.
Siempre ocurre que, mientras unos arriesgan por el bien común, otros observamos (la mayoría) y alguno, más pragmático, llamaba desde la jardinera que nos trasladaba al otro avión para retrasar una operación de no se qué historia que tenía (entiendo que era cirujano…posiblemente plástico) y exigir que el rodaballo prometido no fuera a perderse en el limbo, fuera a la hora que fuera.
Y es que teníamos fin de semana gastronómico total, como no puede ser de otra manera en San Sebastián.
Enganchábamos con el grupo de mexicanos y mi padre que venían de tour semanal por todos los grandes chefs donostiarras y, precisamente, acababan ese día en Arzak.
Afortunadamente, en ningún momento se puso en riesgo nuestra presencia pues ya teníamos el horario organizado a prueba de posibles retrasos e hicimos acto de presencia sobre las 11 en el Hotel de Londres y de Inglaterra en pleno paseo de La Concha. Como todo en la vida, lo pagas, pero es imprescindible elegir habitación con vista al mar pues es la verdadera gracia del hotel, por otro lado instalado en un precioso edificio artdecó del siglo XIX inaugurado por la Reina Isabel II para sus “baños de olas” tan famosos de las clases altas madrileñas en esa época.
Sorprende Arzak por la sencillez de la casona sita en el Alto de Miracruz y por el trato,
muy profesional y, sin embargo, sencillo para un restaurante de esta categoría (me encantó que el somelier, muy campechano él, me llamó machote). Espectaculares los guisantes (dulces como si llevaran azúcar) con habitas y la merluza de anzuelo con costra de arroz y algas.
Al salir comentaba Paula con razón: “todo muy rico pero sin la espectacularidad del Celler de Can Roca”. Por algo es este último, teóricamente, el mejor restaurante del mundo.
Efectivamente, más en la línea de cocina de producto que desvarío de cocinero…