La idea era desayunar en un restaurante famoso que estaba pasado Cuernavaca, a unos 100 kms de nuestro punto de salida. Y efectivamente paramos en 4 Vientos a tomar tacos de cecina con requesón (deliciosos) pero a la hora del almuerzo. Tardamos 4 horas y media en recorrer 100 kms! Y no fue lo peor, lo peor vino después ya que ni mucho menos se arregló la carretera. Siempre indicaba Waze accidentes que nunca vimos. Lo cierto es que, de esta manera en caravana y el pobre Jorge al volante con la cabeza como un bombo (hay que resaltar lo bien que se portó Alonso, el bebé de Jorge y Pau aunque, como es normal, hubo algún momento de nerviosismo en el vehículo). Y fuera a 37º C, menos mal que no se averió el coche ya que ibas viendo que, sobre todo los coches viejitos se iban quedando en la cuneta de manera exponencial…
Nunca me olvidaré de la hora adicional que supuso circunvalar la capital de Guerrero, Chilpancingo, que es tan fea como su nombre. Y todo por la cola de coches que intentaban poner gas en la única gasolinera en muchas millas…
Finalmente llegamos a destino. Eran casi las 6 de la tarde tras 10 horas de viaje y aquí sí que empezamos a cuidarnos. Lo primero parar a comprar una michelada de litro bien fría y con esta a la piscina del fraccionamiento donde tienen la casa Arturo y Ceci.
¡Qué grandes anfitriones! Rápidamente habíamos olvidado las penurias del viaje y estábamos degustando un coctel de camarones, sopecitos, pescadillas y…”almejas rasuradas”. Si, a mí también me extrañó el nombre aunque tampoco quise dar demasiadas explicaciones sobre el significado en España. Eso sí, si había que comérselas, mucho mejor rasuraditas…Y allí nos quedamos en la terracita, fumando un buen puro y dando buena cuenta de una botella de Zacapa, que abrimos y cerramos esa misma noche entre Jorge, Arturo y ese amateur que suscribe. ¡Qué tipos más competentes con el vidrio!!!!
Y el sábado, como no podía ser de otra manera, nos dedicamos a castigar el cuerpo. Chilaquiles de desayuno con coco natural (me negué a que me echaran ron desde tan temprano). Indulgencia con el cuerpo en la piscinita (con su aperitivo de jamoncito ibérico con prosecco) y a comer al Beto Godoy en Barra Vieja. Es, probablemente, el restaurante más popular de Acapulco donde te sirven los pescados hechos a la parrilla que tú mismo eliges. Huachinangos, robalos o mojarras enormes al mojo de ajo o a la talla (enchiladas y con achiote). No puede ser más auténtico en mesas corridas bajo una palapa al borde de la launa de 3 palos. Delicioso con la salsita de aceite picante y una buena chelita helada…
Y lo de la noche fue otra experiencia; completamente diferente, eso sí, pero igual de espectacular. Resultó ser el día de la pelea del siglo entre Meyweather y Pachiao. Gringo contra filipino. Claro está todos íbamos con el filipino (hasta 100€ apostamos y perdimos).
Me quedé sorprendido con las cifras que mueve una pelea de box. 200 millones de dólares para Meyweather y 120 para el filipino…En Europa se sigue entre 0 y nada pero en México es todo un acontecimiento. Así que un vecino muy simpático había reservado mesa en el restaurante más espectacular de Acapulco, con vistas sobre la bahía el Becco no es donde mejor se come, ni donde mejor relación calidad precio dan (es caro de cojones) pero, efectivamente tiene unas vistas sobre la bahía que quitan la respiración. Y allí se acumuló toda la gente guapa del DF para ver el combate. Nuevamente, me di cuenta que nada como tener el restaurante de moda para que seas el gallo del corral; había que ver las viejas en la mesa del dueño (al que todos llamaban por otro lado el cabezón…)
Ahh…y no os había contado la experiencia con el mar de fondo porque, si, también nos dio tiempo para ir un poco a la playa. Quería montar Jorge todo un entramado de toldos, sillas y neveras con chelas pero se lo desaconsejaron porque el oleaje y el mar de fondo estaban cañón. De hecho estaba medio cerrada la playa. Yo me metí «con un par» porque no daba sensación de peligro pero, cubriendo por las rodillas entendí perfectamente lo que era el mar de fondo. Entra como un tsunami, el agua se te acerca y ves la ola apenas elevándose sobre el nivel del mar, pero la vuelta de esa agua es criminal. Notas una potencia desmesurada que casi me tiró y me impedía avanzar (ya os digo, cubierto por las rodillas, no más..). Ya fuera, y con estos riéndose de mí y casi a la altura de las edificaciones (normalmente el agua llega 30 metros más lejos) vino hacia nosotros una especie de tsunami verdadero.
Nos reímos al principio de unas chicas que a media distancia eran arrastradas en lo que creíamos que era un juego. Pero es que lo que nos venía cubriendo las rodillas empezó a subir y a empujarnos hacia adentro a la altura del pecho (a todo esto Jorge con mi celular y Arturo con mis gafas). Y lo peor vino cuando la ola rebotó contras las paredes arrastrando en la vuelta, troncos, una portería que acababa de destruir y toda la bisutería de una pobre vendedora que tenía montado el puesto y se quedó sin género, ni puesto y sin habla.
Tuvimos que esquivar los troncos que venían a una velocidad considerable y que, de habernos dado en su retorno sin control nos hubieran roto la pierna o la cadera sin duda. Fue un buen susto aunque al final la única baja fueron las chanclas de Jorge (gracias al Consejo de la vendedora yo había dejado las mías en un techo que resistió). Es en una situación así cuando entiendes la fortaleza del mar y lo que tiene que ser un tsunami…
Y para que no parezca que el fin de semana entero estuvo dedicado a hacernos daño, no voy a contar la velada con los buenos amigos Zoe y Héctor, que son íntimos de la acogedora familia y que han tomado mucho cariño al gachupín que se bajó 6 tequilas para asombro del personal (y el suyo) y que hasta las 4 no se retiró a sus aposentos…